28/2/11

Hablar con la mirada...

¿Necesitamos hablar para expresarnos?

Esta pregunta será recurrente durante el texto, en realidad no sé todavía con qué motivo (lo más probable es que, conforme mis dedos sigan escribiendo, la idea se vaya aclarando un poco más). Lo que sí sé es que ha sido una pregunta recurrente para mí desde hace un tiempo. A veces usamos tantas palabras para expresar cuanto cruza por nuestra mente, que la descripción verbal del sentimiento o pensamiento termina siendo una aberración sin sentido aparente.

No sé ustedes, pero en más de una ocasión he fallado a la hora de expresarme. No sé si será porque mi fuerte no sea el habla, o porque me cuesta ordenar mis ideas en el momento, y por ahora no es algo que me parezca realmente urgente como para trabajar decididamente en ello. En algunos casos, no logré decir todo lo que pienso; en otras, obvié algo durante la conversación, tal vez por considerarlo eso mismo: obvio (con cierto desatino, probablemente). Muchas otras veces la conversación se desvió hacia otro tema, dejando aquel descartado; tristemente, algunas nunca fueron dichas por temor o ansiedad de lo que sucedería si fuesen dichas. Existen muchas circunstancias, muchas variables en juego, muchos procesos mentales y decisiones. Realmente, tener una conversación no es tarea sencilla, y más aún cuando los temas se tornan complejos o delicados. Cualquiera puede ser un bocazas, pocos pueden ser prudentes, casi ninguno puede ser transparente.

Entonces, ¿por qué hablamos para expresarnos? No quiero apremiarlos con tantas preocupaciones en el aire. En realidad, nunca pensamos todas estas cosas mientras damos los buenos días, conversamos con alguien el bus, almorzamos con nuestros amigos, tomamos café con alguien más, o incluso mientras hablamos dormidos. Pero si es tan complicado mantener una conversación realmente consistente con la realidad de pensamiento, sería mejor no hacerlo, o esforzarse el doble por lograrlo. Evidentemente, el problema no se va a solucionar, y siempre quedarán cosas por decir (verdad irrefutable). Ahora bien, no quiero decir que solo “hablar” es limitante: nosotros usamos un lenguaje que encasilla semánticamente los significados en partículas, llamadas Palabras. Así como nos cuesta hablar en ocasiones, es probable que escribir sea una tarea análoga (aunque existe gente más cómoda hablando que escribiendo, y al contrario).

Por otra parte, durante una conversación se pueden decir demasiadas cosas. Se puede empezar hablando del popular “¿y cómo va todo?”, proseguir sobre la situación en la casa, luego un cambio abrupto de tema, la tarea de la próxima clase, la mofa sobre el profesor, el anhelo por graduarse, el video que vieron sobre guitarristas del Siglo XX, algún chiste oportuno, hablar sobre Historia de las Revoluciones, opinar sobre las mascotas, hacer un plan hipotético sobre los próximos 10 años, y terminar recomendando libros y más libros. Esos solo los escogí al azar, pero imagínense todas las permutaciones que desean, y aparecerán en una conversación. Ahora reflexionen sobre la cantidad de conversaciones que pueden tener en un día, una semana, un mes o un año. ¿Se puede recordar todo? Alguien con una memoria excepcional merece mi respeto, pero por lo general solo almacenamos recuerdos que nos parecen significativos. Entonces la charla se convierte en un reforzador del lazo social: el contenido pierde protagonismo. Entonces, ¿Para qué hablar tanto, expresando cosas que no se van a recordar a mediano o largo plazo?

Me gustaría proponer un experimento. Bueno, no un “experimento”, tal vez la palabra “experiencia” es más amigable para todos. Les propongo una experiencia: escoger una persona (o varias), y sentarse en algún lugar, el que sea: en el bus, en el comedor, en un café, en un parque, en alguna acera. Sentarse frente a la otra persona, y verse en silencio. Percibir esa atmósfera que los circunscriben, ese conjunto de sonoridades (ya sean leves o prominentes) que empiezan a aparecer: una hoja que cae, unos pasos apresurados, el sonar de los vasos al apoyarse sobre la mesa, el sorbo en la taza, la respiración de su acompañante. En fin, percibir a quienes les rodean, a todo lo que les rodean, siendo ustedes y sus acompañantes parte intrínseca de ese todo. Hablar entre ustedes con el simple hecho de ver el rostro y los ojos del otro, y nada más. Percibir la cara de desconcierto o la sonrisa que puede llegar a aparecer. El bostezo, la mirada de un lugar a otro, el masticar, la nariz escarbada, el libro que es masajeado al pasar sus hojas. Con ello, recordar más que las palabras, el momento. Siento que el significado de este tipo de experiencia tiene un grado mayor, porque requiere profundizar en la otra persona, en el medio, y en uno mismo.

No sé qué tan disparatado sea, pero últimamente me parece más interesante hablar con la mirada, entender con la sonrisa compartida, que abrumar con las palabras.

1 comentario:

  1. Me parece un interesante experimento, cuando quiera lo llevamos a cabo... aunq debo aclarar q para mi es casi imposible no hablar(las razones estan de más; pero bueno...) vale intentarlo!!! por cierto exc observacion sobre la situacion!
    Saludos
    Atte. Eilyen

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