26/12/12

Plenitud en el vacío y otros absurdos generacionales


Cada vez que dirijo la vista hacia quienes están alrededor, no veo más que el vacío.

No exagero al decirlo. Tal vez me precipite en afirmarlo, de eso sí me puedo culpar, pero no considero que esté equivocado. Nuestra generación está viviendo un estado emocional colectivo de ensimismamiento tan sutil, que poco a poco va incorporándose a su forma de ver y experimentar la vida. Sin embargo, esta abstracción voluntaria no se debe a un proceso cognitivo elevado, a la meditación o la simple reflexión (ojalá fuese alguna de ellas). Nuestra generación se ve, más que influenciada, doblegada ante el creciente poder que se le confiere al mundo material.

En ocasiones me pregunto, ¿acaso la gente no piensa, al menos por un instante, sobre el poder del capital y el consumo en sus vidas? No, tal vez no lo hagan. Están demasiado ocupados pensando qué artefacto “necesitan” para llenar ese vacío interminable: el carro último modelo (aunque las calles ya estén colapsadas por la cantidad de vehículos que circulan actualmente), el celular de pantalla táctil con Wi-Fi y cámaras de video hasta en los costados, los zapatos que estarán esperando a ser utilizados en un rincón del armario (junto con los zapatos que compraron la semana anterior, y la anterior a esa, y la anterior a la anterior), algún best-seller de cualquier cosa y cualquier autor (para aparentar que son personas de mundo, leyendo literatura de supermercado), el viaje a la playa o a tal país para conocer sus maravillas (e inmediatamente subir las fotos con aquel celular que compraron a las redes sociales, y así sus otros amigos comentan y comparten, celosamente o no, sobre sus propias experiencias)… ¿En qué momento nuestra sociedad se convirtió en un sistema tan precisamente estructurado? El poder adquisitivo es, hoy en día, el verdadero lubricante social de este mundo que nos han hecho pasar por nuestro.

Muchos de ustedes, lectores, estarán de acuerdo conmigo en que esto que menciono no es nada nuevo. Ni siquiera es algo prohibido o censurable, estoy seguro que no cerrarán mi blog o eliminarán este texto en la madrugada. No obstante, estoy seguro que casi nadie se detiene a pensar cómo es que nuestro esquema social, basado en el consumo, se convirtió en un estilo de vida, más que en una forma de subsistencia comercial. Precisamente ese es el secreto del éxito: evitar que la población meta se preocupe, procurar que caiga en aquel ensimismamiento que mencioné (atrapados en una pantallita LCD, en las vitrinas de los centros comerciales o en la comodidad de su auto, de su sofá o de su hotel cinco estrellas) y que el círculo vicioso de ganar-comprar-utilizar-desechar se mantenga inalterable.

Yo no tengo nada en contra del poder adquisitivo de las personas. La gente trabaja, gana su dinero y tiene derecho a utilizarlo como crea conveniente. Lo que me entristece es que el tiempo que le dedica la gente a trabajar y a consumir termine por saturar el resto de su cotidianidad, a tal grado que solo piensan y hablan sobre ello (incluso en momentos de esparcimiento, supuestamente dedicados a descansar). ¿Dónde quedaron las conversaciones interesantes, las discusiones al absurdo, los momentos de silencio cómplice? Tal vez por eso, últimamente, prefiera verlos y simplemente sonreírles hasta que agoten el tema de conversación y allí, tal vez, realmente tratar de iniciar una conversación valiosa.

Nuestra generación vive en un vacío aparentemente repleto de objetos que se poseen o se desean, mas no se necesitan. Esa ilusión de plenitud es necesario desvanecerla. ¿Cómo? La pregunta queda abierta, anímense ustedes a responderla. 

4/1/12

Esperanza...

La brisa corría con disimulo, como quien no quiere ser descubierto por algún malintencionado que desea capturarle. Rozaba los árboles, la hierba, las rocas y el rústico camino que comunica las veredas. Tenue brisa, se sentía aun más fría gracias al ya nublado cielo, gris y reservado, trayendo consigo un aroma a lluvia y soledad. Así de impredecible es el tiempo: a veces sales pensando que no lloverá, y termina en aguacero y se mojan tus planes de pasar el día afuera.

Sin embargo, fue fácil notar para ti un gradual ascenso del brillo en el ambiente. Viste cómo se iba cubriendo la pequeña pradera de un color mucho más vivo, mientras éste desplazaba el grisáceo tono de verde entristecido del cual estaba cubierto el paisaje. Había aparecido un pequeño agujero entre las nubes, y el sol, como si no lo hubiese pensado dos veces antes de escabullirse de su bóveda improvisada, había lanzado unas cuantas muestras de su calor en tu hasta ahora estropeado recorrido. Ese calor que te atraviesa desde la punta de la nariz hasta la punta de los pies, de un brazo a otro, de pecho a espalda, rodeando tu cuerpo por completo. Por un instante, el frío había desaparecido.

La brisa corría con disimulo. Y con tanto disimulo, que en un abrir y cerrar de ojos la claridad que había envuelto a los árboles, la hierba, las rocas y el rústico camino había desaparecido sin dar síntoma alguna de su partida. Así debe de ser la esperanza: a veces parece que te ayuda, en otras termina por demostrarte que es simplemente un anhelo infundado. Mejor seguiste caminando, esperando (sí, esperando) que en algún momento aquella brisa inoportuna entienda que la esperanza es lo único que no intentas dar por perdido.