Cada vez que dirijo la vista
hacia quienes están alrededor, no veo más que el vacío.
No exagero al decirlo. Tal vez me
precipite en afirmarlo, de eso sí me puedo culpar, pero no considero que esté
equivocado. Nuestra generación está viviendo un estado emocional colectivo de
ensimismamiento tan sutil, que poco a poco va incorporándose a su forma de ver
y experimentar la vida. Sin embargo, esta abstracción voluntaria no se debe a
un proceso cognitivo elevado, a la meditación o la simple reflexión (ojalá fuese
alguna de ellas). Nuestra generación se ve, más que influenciada, doblegada
ante el creciente poder que se le confiere al mundo material.
En ocasiones me pregunto, ¿acaso
la gente no piensa, al menos por un instante, sobre el poder del capital y el
consumo en sus vidas? No, tal vez no lo hagan. Están demasiado ocupados
pensando qué artefacto “necesitan” para llenar ese vacío interminable: el carro
último modelo (aunque las calles ya estén colapsadas por la cantidad de
vehículos que circulan actualmente), el celular de pantalla táctil con Wi-Fi y cámaras de video hasta en los
costados, los zapatos que estarán esperando a ser utilizados en un rincón del
armario (junto con los zapatos que compraron la semana anterior, y la anterior
a esa, y la anterior a la anterior), algún best-seller
de cualquier cosa y cualquier autor (para aparentar que son personas de mundo, leyendo
literatura de supermercado), el viaje a la playa o a tal país para conocer sus
maravillas (e inmediatamente subir las fotos con aquel celular que compraron a
las redes sociales, y así sus otros amigos comentan y comparten, celosamente o
no, sobre sus propias experiencias)… ¿En qué momento nuestra sociedad se
convirtió en un sistema tan precisamente estructurado? El poder adquisitivo es,
hoy en día, el verdadero lubricante social de este mundo que nos han hecho
pasar por nuestro.
Muchos de ustedes, lectores,
estarán de acuerdo conmigo en que esto que menciono no es nada nuevo. Ni
siquiera es algo prohibido o censurable, estoy seguro que no cerrarán mi blog o
eliminarán este texto en la madrugada. No obstante, estoy seguro que casi nadie
se detiene a pensar cómo es que nuestro esquema social, basado en el consumo,
se convirtió en un estilo de vida, más que en una forma de subsistencia
comercial. Precisamente ese es el secreto del éxito: evitar que la población
meta se preocupe, procurar que caiga en aquel ensimismamiento que mencioné
(atrapados en una pantallita LCD, en las vitrinas de los centros comerciales o
en la comodidad de su auto, de su sofá o de su hotel cinco estrellas) y que el círculo
vicioso de ganar-comprar-utilizar-desechar se mantenga inalterable.
Yo no tengo nada en contra del
poder adquisitivo de las personas. La gente trabaja, gana su dinero y tiene
derecho a utilizarlo como crea conveniente. Lo que me entristece es que el
tiempo que le dedica la gente a trabajar y a consumir termine por saturar el
resto de su cotidianidad, a tal grado que solo piensan y hablan sobre ello
(incluso en momentos de esparcimiento, supuestamente dedicados a descansar).
¿Dónde quedaron las conversaciones interesantes, las discusiones al absurdo,
los momentos de silencio cómplice? Tal vez por eso, últimamente, prefiera
verlos y simplemente sonreírles hasta que agoten el tema de conversación y
allí, tal vez, realmente tratar de iniciar una conversación valiosa.
Nuestra generación vive en un
vacío aparentemente repleto de objetos que se poseen o se desean, mas no se
necesitan. Esa ilusión de plenitud es necesario desvanecerla. ¿Cómo? La
pregunta queda abierta, anímense ustedes a responderla.