4/1/12

Esperanza...

La brisa corría con disimulo, como quien no quiere ser descubierto por algún malintencionado que desea capturarle. Rozaba los árboles, la hierba, las rocas y el rústico camino que comunica las veredas. Tenue brisa, se sentía aun más fría gracias al ya nublado cielo, gris y reservado, trayendo consigo un aroma a lluvia y soledad. Así de impredecible es el tiempo: a veces sales pensando que no lloverá, y termina en aguacero y se mojan tus planes de pasar el día afuera.

Sin embargo, fue fácil notar para ti un gradual ascenso del brillo en el ambiente. Viste cómo se iba cubriendo la pequeña pradera de un color mucho más vivo, mientras éste desplazaba el grisáceo tono de verde entristecido del cual estaba cubierto el paisaje. Había aparecido un pequeño agujero entre las nubes, y el sol, como si no lo hubiese pensado dos veces antes de escabullirse de su bóveda improvisada, había lanzado unas cuantas muestras de su calor en tu hasta ahora estropeado recorrido. Ese calor que te atraviesa desde la punta de la nariz hasta la punta de los pies, de un brazo a otro, de pecho a espalda, rodeando tu cuerpo por completo. Por un instante, el frío había desaparecido.

La brisa corría con disimulo. Y con tanto disimulo, que en un abrir y cerrar de ojos la claridad que había envuelto a los árboles, la hierba, las rocas y el rústico camino había desaparecido sin dar síntoma alguna de su partida. Así debe de ser la esperanza: a veces parece que te ayuda, en otras termina por demostrarte que es simplemente un anhelo infundado. Mejor seguiste caminando, esperando (sí, esperando) que en algún momento aquella brisa inoportuna entienda que la esperanza es lo único que no intentas dar por perdido.