24/6/09

Pérdidas

El ser humano está acostumbrado a la idea de tener siempre algo. No importa si es un carro, un perro, una casa, una olla, una cama, una pareja, un amante, hambre, sueño, pereza, interés, compañía o, de forma algo contradictoria, soledad. Siempre construye su mundo alrededor de lo que le rodea. Ese sentimiento de tener algo es casi inherente, instintivamente aplicado a nuestra realidad, siempre sabemos que tenemos cualquier cosa, siempre (y si dudan de que eso sea cierto, pues entonces ya tienen algo: incertidumbre). Incluso, aquel que aun así no tiene absolutamente nada, se tiene a sí mismo, y por tanto ya tiene algo. Es interesante estar divagando hasta el absurdo sobre cuestiones, hasta cierto punto, ridículas, pero es necesario para el desarrollo de este escrito. Es cierto que estamos acostumbrados a poseer algo, ¿pero qué sucede cuando ese algo desaparece, cuando deja de formar parte de nuestra existencia, de nuestro mundo, de nuestra realidad? ¿Nunca se han puesto a pensar si perdieran aquello que más aprecian en su vida? Estamos muy felices con todo lo que tenemos, pero nunca nos ponemos a pensar cuando todo eso desaparezca (lo cual no es completamente seguro, pero justificable dentro del mundo probabilístico).

Muy posiblemente esa pérdida (sea cual sea su índole: material, espiritual, personal, sentimental, cognitivo, etcétera) no suceda por nuestra intención. Así como nuestro mundo da vueltas, habrá cosas que están casi condenadas a desaparecer, aun cuando nuestro mayor deseo es totalmente el contrario. También es posible que nosotros mismos queramos que ese algo desaparezca, ya sea porque lo odiamos, porque no nos conviene o no nos interesa tenerlo, o porque dejó de ser imprescindible para nuestra realidad. Sin embargo, indistintamente de la razón por la que desaparezcan, siempre dejan algún vacío, de una u otra forma. Existen dos clases de vacíos: los que se forman al dejar ese algo que los ocupaban, o los que nunca antes habían sido llenados. De ahí cada uno determina qué clase de vacío le corresponde.

Otro hecho importante es la hábil (y en ocasiones impertinente) capacidad memorística del ser humano. Cuando algo existe en nuestra realidad, se gana un espacio en nuestros recuerdos. Todo el mundo recuerda de qué color es el cabello de cada uno, cuando tuvo aquel accidente que le dejó una cicatriz en la espalda, de qué color es su cuarto, qué comida le gusta o disgusta, o cuáles son los más íntimos secretos que su mejor amigo le ha confiado. Cada suceso de nuestra existencia tiene lugar en nuestra memoria. Aun así, esa memoria también es volátil, y por las mismas razones que por las pérdidas que mencioné anteriormente: porque simplemente se olvidan, o queremos olvidarlas. Las razones por las que eso suceda redundan en este texto. Lo más intrigante de todo es que es más fácil tener una pérdida material que una memorística, y esto va ligado intrínsecamente a qué tan importante es ese recuerdo para nosotros. Es fácil perder un anillo (a mí me ha sucedido muchísimas veces, y por eso no uso tal accesorio), pero si pierden el anillo que le regaló tal persona, a la cual aprecian mucho, ¿podrían olvidar esa pérdida tan fácilmente como perdieron el objeto en sí?

Me gustaría dar un ejemplo aun más concreto (y el que, a decir verdad, estaba tentado en escribir desde hace algún tiempo). Sin duda alguna, eventos más tristes que un funeral son pocos. Son momentos realmente sensibles en la vida de cualquier persona sobre este planeta (quién no lo considere así… le recomiendo buscar ayuda). Aquella persona que ha fallecido se encontrará en dicha situación por cualquier motivo, no es relevante en estos momentos. Y apenas esté a tres metros bajo tierra, habrá sido una pérdida física para todo aquel que vivió a su lado. Es muy fácil perder físicamente cualquier cosa. ¿Sentimentalmente? Lo más doloroso de perder a una persona, es saber que aun sin existir en la realidad, existe en el pensamiento y, por tanto, sigue existiendo. Y bajo ese criterio, siguen existiendo sus virtudes y defectos, sus atributos, sus enseñanzas, sus olvidos, sus alegrías y tristezas. Y no es porque esa persona se transportó metafísicamente en el pensamiento de cada uno (quienes lo vean así, pido mis más sinceras disculpas), sino que todo lo que realizó en vida caló en la personalidad de quienes lo conocieron, y eso no se olvida de la noche a la mañana (incluso, no se olvida).

Las pérdidas materiales suceden todos los días. Todos los días existen fluctuaciones en las bolsas económicas más importantes del mundo, la gente es víctima de asaltos, algunos pierden un diente o el cabello, otros pierden kilogramos de pesos, otros pierden dignidad. Hablar de “perder” podría significar hablar casi infinitamente. Pero son pérdidas superfluas si no tienen significado personal. Perder algo que queremos no implica olvidarlo definitivamente (ya que no existe físicamente, ¿para qué mantenerlo en pensamiento?). Perder algo nos brinda siempre una enseñanza de vida: no se ha perdido todo. Porque nuestra mente siempre alberga en su memoria aquellas cosas que, aunque no queramos, seguiremos recordando porque son importantes para nosotros. Porque en cada etapa de vida existen hechos que marcan cada persona, que forjan su personalidad, y tratar de olvidarlos solo porque ya no existen en nuestra realidad es desde absurdo, hasta hipócrita hacia nosotros mismos y hacia lo que nosotros hemos vivido.

El secreto para superar una pérdida no es tratar de olvidarla. Tal vez sea aceptar que esa pérdida en algún momento fue algo en nuestra vida, y aprender a raíz de ella todo cuanto sea posible. No vaya a ser que en algún tiempo, aquella “pérdida” sea la memoria que más valor tendrá nuestra persona…

1 comentario:

  1. Si, las perdidas son terribles... Pero bueno, ya sabes...
    Yo...

    ResponderEliminar