13/6/09

Borradores...

Me resulta imposible no tomar el lápiz cada vez que estoy sentado frente al escritorio de mi cuarto. Siempre quise aprender a dibujar, plasmar con simples trazos cuanto cruzara por mi mente, aun sabiendo de mi escasa destreza motora, necesaria para al menos intentar garabatear algo. Es por eso que envidio a quien tiene semejante talento: escribir palabras al azar puede hacerlo cualquier fanfarrón, por lo que me he propuesto a no ser uno de ellos, o al menos tratar de evitarlo. En dado caso, ¿qué puede hacer una persona que anhela dibujar, si lo único que ha aprendido en la vida (y a medias) es escribir? Dibujar con palabras, me gusta llamarlo en ocasiones.

Ayer decidí “dibujar” cuando llegué a casa. El cuarto estaba completamente oscuro, decir que no se veía más allá de un palmo era eso mismo: solo decirlo. Encendí la lámpara de la mesa, luz suficiente para trabajar en el escritorio. Busqué algo de papel, mis anteojos y un lugar cómodo en la silla. ¿Dónde estaba el lápiz?... ¡Ya lo recuerdo! Dentro de una de las gavetas del escritorio. Estaba algo desgastado, así que lo afilé un poco. Todo estaba listo para iniciar.

Antes de hacer la primera línea, abstraje en mi pensamiento lo que quería “dibujar”, para no divagar ni improvisar de más, aunque, a fin de cuentas, el proceso creativo es el que pesa más cuando se imagina. Cerré mis ojos, y desde ese momento aparecieron, una a una, infinidad de seres y objetos, habidos y por haber. Apareció un lobo, un zapato, un copo de nieve, un lago, un bonsái, un viejo, un recién nacido, un cadáver. Apareció un tren, un caballo, una tortuga, una estrella, un árbol, un enfermo, una enfermera, un maniaco. Apareció un mecánico, un policía, un guerrillero, un político y un corrupto. Apareció una sonrisa, un abrazo, un eufemismo, una mirada intrigante, un guiño, un “te odio”, un “te quiero”… Ninguna imagen se quedaba enganchada en mi atención. No pasó ni un respiro, hasta que logré percibir una silueta cautivadora. La progresión de pensamientos se detuvo.

Escribí un cuerpo, altura media, denotaba algunas tenues y características curvas: una convexa, otra cóncava, luego convexa (ya con esto podemos hacer una distinción de género). Escribí su delicado y decidido movimiento, su hipnótico caminar, sus graciosos ademanes. Escribí su cabellera, voluminosa, sedosa, brillante y fragante. Escribí su piel suave, divinamente tersa, inmaculada, irresistible al tacto, al beso. Escribí su rostro, y en él sus ojos. Ojos relampagueantes, llenos de dulzura y seducción, ojos somníferos de un placentero sueño. Escribí sus cejas, sus pestañas, su nariz, sus lunares, sus mejillas, su mentón, todos bailando en armonía cuando habla, cuando se molesta, cuando ríe y cuando llora. Escribí su boca, sus labios rosados y abultados, magnéticos, sensuales, inspiran no menos que ternura cuando dibujan en su rostro la sonrisa, ni menos que vértigo cuando besan. Escribí sus brazos, sus manos, donde se puede encontrar un cálido abrazo, una caricia que engolosina, tranquiliza, cautiva. Escribí su torso, su espalda, sus caderas, sus piernas… La escribí de pies a cabeza.

Escribí también su persona, su templanza, su carácter, sus emociones. Escribí su forma de pensar, de ver el mundo, su nobleza, su transparencia, sus sueños y deseos. Escribí sus gustos, sus disgustos, sus caprichos y sus decisiones. Escribí sus tristezas, sus enfados, sus desconsuelos y lágrimas de sufrimiento. Escribí sus alegrías, su envolvente energía, su libertad, sus diversiones y pasiones. Escribí sus paseos por el parque, por la playa, sus siestas debajo de un árbol, sus pláticas en un café, su contemplar del atardecer, su paso ligero por la calle, su mirada diurna y nocturna. Escribí sus fotografías, sus escritos en puño y letra, sus chistes y sus consejos. Escribí sus “hola” y “adiós”, sus temas de conversación, sus “no me hables”, sus adorables risas, su voz seria, sus decepciones, sus “te quiero”… La escribí por completo.

Escribí a una increíble velocidad, casi tan rápido como sentí que habían transcurrido las horas de anoche, invulnerables a su propósito de desvanecerse durante la eternidad (ya era hoy en ese momento). Leí el dibujo… Lo volví a leer, no para corregirlo ni adornarlo (¿quién ve a un artista agregando pedazos de mármol a la escultura ya estando en la galería del museo?), sino para admirarlo, para leer párrafo a párrafo, frase a frase, palabra a palabra. Juntarlas, separarlas, mezclarlas y volverlas a armar, fragmentando y recreando así aquella figura, esa musa que me inspiró a “dibujarla”. Cerré los ojos, y vi cómo las letras plasmadas en el papel iban formando su cuerpo, poro a poro, célula a célula, como rozaba mi rostro con sus manos y me embelesaba con su mirada. Como me hablaba, como me intrigaba con sus palabras y me separaba de mi ser con sus labios. Vi cómo era para mí, y yo para ella… Vi cómo éramos, cómo somos y cómo seremos.

Dicen que la noche es más oscura cuando está a punto de amanecer. No sé si era tan oscuro por eso mismo, o porque la lámpara del escritorio dejó de funcionar. Solo estoy seguro de que no había visto mi cuarto tan oscuro como en esta madrugada (decir que “la vi” es bastante optimista, con tanta oscuridad era nulo cuanto se podía ver). Tenía el “dibujo” en mi mano derecha. Busqué torpemente el cajón del escritorio, y coloqué los papeles junto a otros borradores. Son borradores, “dibujos” pasados de lobos junto a un lago, de tortugas que duermen bajo un bonsái, de recién nacidos hijos de enfermeras, de políticos corruptos, de cadáveres de maniacos, de estrellas vistas desde un tren, y de muchas otras cosas que pasaron por mi mente en alguna noche. Borradores de ilusiones, de ideas, de realidades, de “como era”, “como hubiera sido”, “como es” y “como deseo” que el mundo fuera.

Antes de cerrar el cajón, una última lágrima cayó sobre el borrador que escribí anoche. Ha sido solo eso… Un borrador.

3 comentarios:

  1. Me gusta mucho el texto. Siempre he creído que nuestra labor de escribir , es como dibujar o pintar todas las imagenes con todos sus detalles y le agregamos más, porque con palabras pintamos emociones, sentimientos y acciones.
    Que importante que es ecribir, cuando escribimos provovamos en nuestros lectores la capacidad de imaginar, a veces nuestro lobo en la mente de ellos es más pequeño o más grande, su color es mas oscuro o más claro.
    Escribir es un arte integral, en un escrito logramos plasmar nuestro entorno y nuestro sentimiento, y lo que percibimos en las personas que nos rodean, en los caminantes de la avenida central o en los viajeros del bus de regreso a casa. Felicidades Julio, muy buen texto!

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  2. Amo este texto, debo decir q es magnifico, me gusta de principio a fin... felicidades
    E.D.A

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  3. Y como no decirlo, el texto es bellisimo, no se puede dejar de leer... Te lo agradecere infinitamente... Todo...
    Ya sabes... Yo.

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