Escuchó unos pasos entrando al local, luego otros más. En un pestañear, y tan rápido como empezó a caer la lluvia, la pequeña tienda se llenó de gente, tratando de cubrirse del repentino aguacero. Tal vez pensó por un momento que al fin tendría una buena venta, que los días de austeridad y tardes pasadas con pan y refresco carbonatado iban a terminar (o detenerse temporalmente, al menos). Pero no, la gente solo quería no terminar empapada, esperando con ansiedad la llegada del bus (que, dicho sea de paso, se estaciona frente a la tienda).
Unos cuantos, tal vez con cierto remordimiento por tomar prestado un techo que no les fue ofrecido, por compromiso moral, o simplemente para hacer pasar el tiempo más rápido mientras masticaban, compraron algunas tostadas, agua o unas galletas. En cuanto los clientes se adentraban a la tienda, buscando qué comprar, se podía escuchar el crujir de las tablas que formaban el suelo, tablas que se doblaban de manera notable cada vez que alguien las pisaba (como si estuvieran obstruyendo un gran agujero, sosteniéndose de un cada vez más debilitado borde). De todas formas, el lugar no era lo más habitable concebible: paredes amarillentas, con una pintura debilitada por la humedad; un cielo raso con aspecto endeble, con algunos agujeros y de aspecto grisáceo; olor a plátano, basurero, pan y cigarro; una radio con los temas más (y menos) bailables de la semana, anunciando rifas de autos que jamás serán alcanzables por gente como ella, la dueña del local. Ella esperaba ansiosa, mientras mordisqueaba su panecillo del almuerzo, vigilando cada movimiento del posible cliente: no vaya a ser que agarre unas rosquillas y salga corriendo.
Y así, mientras la gente solo esperaba a que el bus llegara o a que dejara de llover (lo primero que ocurriera), daban la espalda, con o sin intención, a esa mirada expectante, casi suplicante, de la patrona de esa humilde tienda.
Supongo que no hizo su "agosto"? =( pobre mujer!!
ResponderEliminarEs lo más probable, y termina siendo en ocasiones una triste realidad... Debo confesar que esta historia tiene algo de una pequeña experiencia que tuve (véase la parada de buses de San Isidro de Heredia, en San José)
ResponderEliminarQué cosas!!... Precisamente la sentí muy real, fue por eso que me transmitió empatía con la pobre señora angustiada...
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