29/5/09

¿Podría?...

¿Quién puede escribir poesía
cuando se calla?
Pensamiento errático, reprimido.
Callar cuando se ama,
callar en voz alta...

¿Quién puede escribir poesía
cuando no se llora?
Negación hipócrita,
insensible.
Llorar en el parque,
en el cine.
Llorar con llanto
incomprensible...

¿Quién puede escribir poesía
cuando no se ríe?
Alegría plena,
indestructible.
Inmutable al tiempo,
a la distancia.
A la circunstancia
y a quien declama...

¿Quién puede escribir poesía
cuando no se siente?
Corazón agitado,
desahucidado.
Poesía en sangre escrita,
con comas sonrisas
y lágrimas puntos aparte...

¿Quién puede escribir poesía
cuando no se ríe,
no se llora ni canta?...
¿Quién puede escribir poesía
cuando no se siente,
no se muere
ni se vive?...

21/5/09

Lo racional en lo irracional? Viceversa

Durante algún tiempo (digamos, desde bastante tiempo atrás), me hice una pregunta retórica (porque, ¡vamos! ¿Quién se va a atrever a responderla si se la preguntara?) que prácticamente va en contra de nuestra ya enredada naturaleza: ¿Qué pasaría si se dejara de lado el sentimiento, para darle plena potestad a la razón para actuar y juzgar imparcialmente? Como ya es costumbre, me encanta analizar este tipo de preguntas por casos hipotéticos. Pero no sé si la conclusión a la que se puede llegar a raíz del análisis del cuestionamiento pueda traernos algo revelador para comprender un poco más nuestra forma de ser como ente humano. Eso, a decir verdad, queda a criterio de cada lector (porque, al contrario de muchos escritores manipuladores, nuestra tarea es mostrar un mundo para que cada uno lo adecue a su paradigma, no tratar de argumentar y defender a capa y espada sus argumentos, aunque sean errados).

Para algunos aspectos de la vida, ser plenamente racional se vuelve un beneficio. En los negocios, no gana quien llore o se enoje más para que le acepten su oferta, sino quien aprendió a persuadir y convencer calculadoramente (casi maquiavélicamente) para lograr cerrar con éxito un trato. En la planificación, ganaría no quien tenga el plan más bonito e iluso, sino quien verificó los pro y contras del proyecto y depuró una estrategia para que su objeto final (no sé: un edificio, un plan de estudio, lo que sea) no tambalee por las adversidades. O incluso, en la vida personal, quien ordene bien sus prioridades por encima de todo antojo adolescente, logrará con mayor facilidad obtener su éxito personal que una persona completamente ambivalente e indecisa de su vida (cuestión bastante peligrosa en este mundo implacable y desconsiderado).

No obstante, podemos ver que los ejemplos citados son ya racionalizados por muchas personas (me incluyo... mea culpa). Con un poco de autodeterminación, es sencillo lograr administrar nuestra cotidianidad de forma objetiva (para unos más fácil que para otros... por el evidente motivo de la variedad de personalidades). Esto se debe a que, a ciencia cierta, todas estas cosas son creadas por el lado racional del ser humano (no las vemos en la naturaleza, creciendo como fruto en algún árbol). Son aspectos racionales de nuestra realidad. Ahora bien, con un poco de análisis, el lector podrá cuestionarse: "si hay aspectos racionales, ¿qué pasa con la razón en los aspectos irracionales?". ¡Gracias! Me han tentado a improvisar una respuesta.

Imaginen tener una escala para medir la compasión que se debe tener al ver a una persona en determinada situación, o un medidor de intensidad de amor que se siente hacia su pareja o sus seres queridos. ¿Serían capaces de decir "yo siento más compasión por este que por aquel" o "yo amo más a esta que a otra persona"? Igual con los sentimientos negativos, como un "odio-metro" para medir cuánto odia a esa "criatura de Dios", o un contador de grados de envidia (sin duda alguna, serían parte de los grandes inventos de la humanidad, si se llegaran a crear). Es bastante difícil (por no decir imposible) imaginar un mundo totalmente regido por la razón, subordinando incluso nuestros sentimientos. Nunca se dará algo así porque son aspectos de vida completamente independientes de lo racional. Se odia, se siente envidia o compasión, o se ama con tanta intensidad, que no es humanamente posible describirlo con precisión (ni las palabras, mediadores entre lo racional y lo irracional, pueden lograrlo).

Un mundo completamente racional sería gris, monótono, frío e insensible. Tratar objetivamente lo irracional (como muchos autores han tratado de hacer, y de lo que hablaré en algún otro escrito) destruye por completo su esencia: su naturaleza indescriptible y misteriosa (porque nadie puede conocer la efervescente y metamórfica conducta de nuestra confusa mente).

Así, llegamos a esta interesante conclusión (antítesis, más bien) del análisis: no podemos insertar a la fuerza la racionalidad en nuestros sentimientos, el aspecto puramente irracional, por excelencia de nuestra naturaleza. Pero nadie ha dicho que no hay pérdidas del juicio ni contradicciones en nuestras conductas racionales, causadas por la inestable parte sensible del humano (cuestión más interesante que la ya predecible conclusión a la que llegamos, a mi parecer). Más adelante, vice versa...

Fecha de Escritura: 15/11/2008

18/5/09

Rosas...

-¡Calla! Simplemente calla, que quiero contarte una historia.

Los dos estaban sentados uno enfrente del otro. Él, entusiasmado, prestaba total atención a los labios delgados y suaves de ella, mientras que la bella dama trataba de justificar su comportamiento. Ella Quería enmendar los errores del pasado, causados por la locura y testarudez juvenil; él solo quería verla. Con la intención de alargar la incertidumbre y el vértigo que provocaba la conversación, el joven le dijo:

-¿Pero de qué estás hablando? Las historias me aburren. Ya te pareces a…
-¡Te dije que callaras! ¿Por qué eres tan terco? Siempre lo has sido -reclamaba ella con ahínco.
-Tú has provocado que yo sea así. Por más que desees, no puedes negarlo.

En parte, era verdad lo que él decía. La vida le había jugado muchas tretas, pero la más grande de todas es haber creído que ella lo amaba. Su forma de ver el mundo había cambiado desde que conoció la belleza presente en tan delicada mujer. Muchos han sido juzgados de locos por consumirse en el conocimiento o desentenderse completamente de la vida. No obstante, los más cuerdos de estos son los locos por amor: por lo menos su mente ha sido perturbada no por números, letras o por hechos abominables, sino por lo más delicioso y prohibido que un hombre puede sentir (no conozco lo suficiente a la mujer como para inferir que eso también las vuelva locas. Tendré que preguntarle a alguna).

Ella, por su parte, no se percató del desorden de ser que tuvo al frente durante tanto tiempo (días, meses, años… ¿acaso es indispensable contarlos?). Tampoco era su obligación hacerlo, también tenía una vida independiente. Salía con uno, comía con otro, se abrazaba con aquel y se besaba con ese. En realidad, ella no tenía la culpa de la locura de su amigo: la culpa la tuvo él mismo, pues su cuerda locura lo dejaba también mudo y agudizaba su vista e imaginación.

¿Por qué ese idiota no manifestaba una sola expresión del mar de sentimientos que surgía en su alma? Eso ni yo lo sé (¿por qué tengo que saberlo todo?). Cada vez que la veía, su cuerpo dejaba de funcionar. Entraba en un trance sin regreso. Tan solo le bastaba verla por unos segundos para dejar volar su mente hacia un mundo utópico. Si lograba cruzar una palabra de forma racional con ella, pensaba que leía tomos enteros de la Enciclopedia de la Vida. Cuando sus vistas se separaban por el resto del día, significaba el regreso a la fría realidad de su mundo: un mundo de locos.

En una ocasión, él estaba más rematado que de costumbre. Cuando la encontró, le pidió que la acompañara a un rosal de un vecino, amigo de ambos. Mientras la sujetaba con una mano, su otra extremidad arrancaba del arbusto una pequeña y abultada rosa. En su intento por tomar la flor, su dedo índice fue atravesado por alguna espina malintencionada del tallo, derramando así una pequeña gota de sangre.

Él le preguntó:

-¿En qué se parece una mujer a una rosa?
-Mmmmm… no tengo ni idea.- respondió capciosamente ella. –dime la tuya.
-Simplemente tómala. Luego se te ocurrirá algo.

Seguían sentados en la misma mesa, uno frente al otro. La ansiedad de él aún no disminuía (parece que su té estaba algo cargado). En un movimiento sutil, ella sacó de su bolso un pequeño libro. Lo abrió más o menos por la mitad y sacó la rosa de aquella ocasión. Ya estaba bastante decolorada, pero no había sufrido cambios mayores. Consternado, él le preguntó algo nervioso:

-¿Todavía la conservas? Pensé que esos juegos de niños…
-¡Calla de una buena vez! Piensas demasiado para mi gusto- le reclamó ella por última vez en esa tarde y, probablemente, en todo el resto de su vida. - Ahora déjame contarte mi historia.

Fecha de escritura: 09/12/07

15/5/09

Sátira de la realidad: amor incondicional

Recientemente he leído algunos textos de Gandhi (Reflexiones sobre el amor incondicional) y de Jacques Sagot (Amor y perdón - La Nacion, 30 de enero de 2009) que intersecan en una temática algo subordinada en los últimos tiempos: el amor...

Por favor, si antes de usted leer este texto piensa que "amar" es solo llenar de besos y abrazos a alguien, regalarle las flores más lindas, decir ensordecedoramente palabras melosas... le invito a salir de mi diario, no vaya a ser que se lleve una mala experiencia en su lectura... quitemos esa máscara repulsivamente materialista que le han dado a tan sublime sentimiento (cualquiera regala una caja de chocolates en forma de corazón... ¿quién pone su propio corazón en la caja del amor, y lo obsequia con dedicación?)...

Es muy fácil ver el amor como un sentimiento vano, tratarlo por encima... o peor aun, tratarlo sin importancia de análisis, por ser TAN subjetivo y hasta censurado por la sociedad (o verlo de forma egoísta, como un trato unilateral de "me importa que me amen, y luego ahí veremos para el resto")... Para comprender estos escritos mencionados anteriormente, hay que ver el amor de manera global... No solo como un sentimiento, también como una forma de vida, y un trato recíproco entre las personas... Hecha la salvedad, será conveniente proceder...

Ambos pensadores, Gandhi y Sagot, dibujan una utopía social acerca del amar como estandarte en cada uno de nuestros actos... Tan solo con el hecho de leer "el ser humano no tiene otra misión en el mundo que la de amar" ya nos echamos la soga al cuello (como se diría jocosamente), puesto que nos obliga a meditar si esto es correcto o no... Y si concluímos que no... ¿entonces para qué estamos aquí? ¿Para odiar? Sí, es muy delicado llegar a conclusiones tan extremistas... mejor llevamos todo con un poco más de calma...

Uno de los motivos por el que existen las utopías, aunque parezca extraño, es para mostrarnos lo mal que estamos... Es fácil decir que las utopías son para mostrar un mundo idílico, lleno de perfección y pureza social... Les digo que esa es la forma optimista e inocente de ver las utopías... ¿A quién le gusta decir que está equivocado?

Las utopías nos quitan la venda, y nos muestran lo equivocados que estamos al pensar que nuestra forma de vida es la ideal... Todo aquel que no vea en las utopías un motivo para mejorar la sociedad en la que vivimos, es ciego e insensible... y aquel que diga que nada se puede hacer, es conformista... Peor aun, el que diga que se pueda llegar al ideal, es un iluso...

Esperen, esperen... ¿Entonces qué hacemos?¿Dejamos de pensar en "lo bonito que sería el mundo si..."? Sagot nos ilustra la solución más sensata: "Los seres humanos podremos no ser perfectos, pero sí somos perfectibles, y tenemos el deber ético de acercarnos al ideal, aun cuando sepamos que no vamos nunca a alcanzarlo plenamente."

No está tan alejado de la realidad... a decir verdad, las personas mejoran solo si existe la voluntad de hacerlo... y no tratar de mejorar implica que simplemente no se desea, conformándose y resignándose con lo que es... conclusión: quien no se preocupa por mejorar y perfeccionarse, es un mediocre (y no digo que quien lo intenta y no puede, sea un mediocre... eso es completamente distinto, porque existe voluntad de hacerlo)

Es hora de unir ideas... ¿de qué nos sirve ver el amor como una forma de vida... de estar dispuesto a escuchar, atender, comprender y hablar con alguien, sin miramientos de limitaciones de ningún tipo? Simple, para mejorar como personas... Para mí, es triste ver cómo la gente se alimenta de envidias y rencores... el odio no genera ningún tipo de beneficio, más bien recrudece el ambiente y a la persona misma... amar, en cambio, genera, construye, edifica y realza lo que hacemos... Y no solo esperar a que nos amen, sino tratar de amar a aquellas personas que merecen nuestro aprecio... e insisto (para los que no entendieron al inicio), esto no se demuestra con cosas materiales, mundanas... una tarjetita o un chocolate... se demuestra con hechos fehacientes de nuestro sentir... estar ahí para aquel que amas, siempre... Ese es el amor incondicional...

Gandhi lo veía todo a muy grande escala... ese tipo de proyectos es casi imposible de llevar a cabo, puesto que para que TODO el mundo se ame, literalmente tendríamos que dejar de ser humanos (olvidar impulsos, dilemas, rencores... es muy difícil)... pero con tratarlo en nuestra pequeña esfera de vida, los cambios positivos no demorarían en llegar... Amemos incondicionalmente a quienes amamos, debería ser una obligación... amar condicionalmente? Esa es la verdadera sátira a lo que conocemos como amor...

Fecha de escritura: 31/01/09

Ilusiones...


Sí. Él caminaba por la vereda. Miraba a su alrededor, buscando un destello de luz, pese a que las nubes rondaban por los cielos. Se asomaba por el camino natural de los árboles, se sentaba en las tenues sombras que proyectaban las copas. No había hecho nada más en todo el día. Solo daba un paso a la vez, sin prisa ni desánimo: ya le bastaba el que tenía en su alma. ¿Comida? Si deseaba, podía digerir aire. ¿Bebida? Se ahogaba en su propio llanto. Él solo quería caminar. Quería pensar. Terminó reposando junto a un tronco seco, restante de la tala infructuosa de algún leñador malintencionado.

Soñó que seguía caminando por la vereda, con la misma paciencia y religiosidad de antes. Apareció de repente una pequeña cabaña, algo averiada por las inclemencias del tiempo y el clima. Como era costumbre, simplemente la ignoró y siguió en sus cavilaciones. Inexplicablemente, al dar el siguiente paso terminó encontrándose frente a la puerta de la casa. Algo molesto y confundido, trató de dar vuelta y seguir por su camino. No pudo ni siquiera girar su cuerpo. Estaba siendo obligado a abrir la puerta y entrar en la penumbra de tan intrigante edificio. No había cerradura, por lo que tuvo que embestir la entrada.

Dentro de la casa, era casi imposible ver a más de una palma lo que había frente a los ojos. Viendo eso, él se sorprendió porque la poca luz que podía entrar por la puerta no pasaba de allí, como si se tratase de una simple pintura fluorescente. Solo podía seguir hacia adelante. Y con esa ciega fe de los esperanzados, siguió caminando, paso a paso. Pasaba por recámaras cada vez más frías, como si fuera descendiendo hacia las profundidades de la tierra (¿Quién dijo que el infierno era infinitamente caliente?). Sus huesos empezaban a congelarse, y los músculos de sus piernas ya no respondían. Cuando su cuerpo no pudo resistir más la aridez gélida de la casa, se desplomó estrepitosamente contra el suelo. Cerró los ojos.

Nadaba en un lago. No era dentro de la vereda, ya que no existía ni un pozo de agua en las cercanías del lugar. Era tanto el frío, que el simple hecho de luchar contra el líquido del lago era ya una tarea titánica. La costa se vería relativamente cerca, por lo que él se sintió aún más animado a luchar contra el clima y el cansancio. Cada vez que daba una brazada, parecía que la orilla del lago se alejaba un poco más. Su desesperación aumentaba, al igual que su agonía. Se confundían sus lágrimas con el agua que salpicaba por su afanado movimiento. Ya desfalleciendo, se dejó ir. Descendía lentamente hacia el fondo del lago, resignado y desgarrado por dentro. Nuevamente, trató de cerrar los ojos. No obstante, por más que trataba, le era imposible. No le dejaban seguir soñando que desaparecía del mundo. Un cálido brazo rodeó su cuerpo y lo sacó del lago.

Con un sudor aún más frío que el cuarto, se despertó aparatosamente. Respiró hondo, como si fuera la primera vez que respirara en su vida. Seguía en el suelo del cuarto, pero algo había cambiado: apareció una ligera luz por toda la casa. Ya podía volver a la entrada, pero no por ayuda de su propia fuerza. Ese ser que le ayudó a salir del lago tomó su mano, y lo dirigió hacia la salida. Sentía como esa mano lo tomaba amablemente, con un cariño sobrehumano, y una ternura sobrecogedora. Sus fuerzas –que, de todas formas, eran escasas– se recobraban lentamente. No quería abandonar esa mano, y cada vez la sujetaba con más fuerza. En un intento de conocer a ese ser, movido por el agradecimiento y la locura, él extendió su otro brazo, para tratar de abrazarle. No pudo palpar nada. Era imposible alcanzarle.

Al llegar a la puerta, él se quedó estático, sin soltar la mano. Al parecer, prefería quedarse allí, en ese irreal lugar… en ese irreal momento. Trató de llevarle consigo, halando con una energía poco habitual en él. El brazo de ese ser se quedaba inmóvil, con la firme voluntad de quedarse en la cabaña. Él no lo podía aceptar, y halaba cada vez con más decisión. Lloraba por la desgracia que significaría la pérdida de ese ser. Sabía que nadie más había intentado algo similar, y deseaba mostrarle el mundo qué él conocía. En verdad, quería conocerle.

Tanto fue el forcejeo y la voluntad sincera de él, que el ser decidió ceder y cruzar por la puerta. Allí, las nubes del cielo se apartaron, y dejaron que el sol (protagonista oculto por su miedo a aparecer en el firmamento) brillara una vez más. Ese brazo ya no parecía que se sostuviera en el aire. Él vio que después del brazo seguía un hombro, un cuerpo, un rostro. Era hermosa, grandiosa y real a su manera. Simplemente, él la abrazó con un amor indescriptible, con un deseo de nunca separarse de ella. Rodeando él su cuello, y ella su cintura, caminaron juntos por la ruta infinita de la vida.

Una gota de lluvia cayó en la nariz de aquel hombre, luego en sus ojos y en su boca. Despertó. No tenía ningún ser maravilloso a su lado, ninguna mujer que le diera otro sentido a su vida. Era solo ese sueño llevadero de nuevo. Levantó su cabeza del tronco seco. Las nubes lloraban su tristeza, al ver a ese pobre diablo, carcomido por sus utópicos sueños y deseos. Sacudió sus pantalones y apresuró el paso, para no terminar abatido por sus propios lamentos. Su silueta se perdió en la densa neblina que cayó en la vereda.

Fecha de escritura: 26/11/2007